jueves, 4 de septiembre de 2014

Capítulo 7

Capítulo 7

La ambulancia ya no estaba, sin embargo, Cora podía escuchar aun el eco de su estridente sirena.

- Es como un grito…-se dijo Cora.- Es como un grito en el interior de una caverna.- la actriz continuaba de pie, clavada en la acera, con la mirada fija en la esquina de la calle por la que había visto desaparecer a la ambulancia.

Cora había aprendido, desde muy joven, el arte de la racionalidad apática. Una técnica muy útil, que según su madre, le permitiría mantener toda situación bajo control. Sin involucrarse o como ella solía decir “sin gastar demasiada energía”, debía buscar la respuesta más lógica y simple a cualquier interrogante que se le planteara. Para Doña Irene el universo era extremadamente sencillo: una enorme madeja de relaciones e intereses que interconectaban, de alguna forma, a todos los seres, tanto vivos como inertes. El único culpable de la aparente complejidad del mundo era, para ella, el hombre y su retorcido pensamiento… ahhh y, cómo no, la hipócrita filosofía.

- Casi puedo escuchar a mi madre: estás perdiendo facultades Cora, te estás volviendo vieja, mensa y sentimental… y aun sigues siendo la misma mediocre de siempre… - se dijo la actriz en un tono de autoreproche bastante burlesco, al tiempo que abría la puerta de su vehículo- Vaya que diría eso… y, en parte, tendría razón.

La confusión era algo a lo que la calculadora Cora Gurmendi no estaba acostumbrada. Odiaba esa sensación de impotencia y aturdimiento. Ella siempre tenía una respuesta para todo, pero en ese momento no parecía encontrarla, y eso la hacía vulnerable.

- Alejandro…- murmuró Cora mientras, con las manos temblorosas, intentaba abrocharse el cinturón de seguridad.

No sabía que le sorprendía más, si la forma en la que había llegado hasta esa casa guiada por un mero presentimiento, o el haber descubierto que aquella joven de ojos enigmáticos era la hija de Alejandro, un antiguo compañero de infancia, cuyo recuerdo se hallaba ya  muy difuminado por el tiempo.

De niños, habían estudiado juntos en la escuela de interpretación de Pangea TV. Cora podía recordarlo como un chico brillante, de gran talento, y con un carácter campechano y extrovertido, que lo hacía encantador a los ojos de todos. En esos tiempos, tanto actores como productores, le auguraban un futuro glorioso en el mundo de la actuación. Incluso, la propia Cora, llegó a tener envidia de su suerte, y de los halagos que siempre le propinaban los mayores.

La última noticia que tuvo de Alejandro es que se había marchado a España, para formar parte de una prestigiosa compañía teatral que abogaba por el teatro shakesperiano. Pero de eso hacía ya más de veinte años, y en todo ese tiempo, no volvió a oír su nombre. Estaba claro que la grandeza de Hollywood se había escapado también de sus manos. No obstante, después de verlo, Cora se hubiera atrevido, incluso, a jurar que el éxito y la fama nunca llegaron a llamar a su puerta.

- Lo que no termino de entender es por qué ese afán de Don Ángel en impedir que la chica pasara el casting…- La actriz abrió la ventanilla del coche para que entrara aire, se encontraba bastante fatigada.

- Puede ser que…- Cora sonrió, había encontrado su “solución racional”.- Ese demonio guarda rencor a Alejandro por haberse ido a trabajar al extranjero...

- Sí claro, tiene que ser eso… Él se fue sin responder para nada por la formación recibida… y ahora Don Ángel lo paga con su hija.- Cora parecía querer convencerse a sí misma de sus palabras. Era la única explicación lógica que se le ocurría. Sin embargo, algo no terminaba de encajar. Tal vez, aquellos ojos… la reacción de Alejandro al verla… ¿o quizás aquel terror inmenso que sentía?


Días más tarde

  El hospital al que había sido trasladada Lucía, uno de los más prestigiosos de la ciudad, contaba con los mejores avances técnicos y el más selecto personal sanitario, y sin embargo, era un lugar frío y distante, carente del a veces tan necesario calor humano.

  El señor Pomari llevaba días sin dormir y su rostro estaba ojeroso y deteriorado por el cansancio y las lágrimas. Sin embargo, nada en el mundo conseguiría apartarlo de aquella habitación, en la que su niña yacía pálida y dormida. Le horrorizaba contemplar su fragilidad, parecía un indefenso pajarillo que con las alas rotas aguarda su final.

- Perdóname… perdóname chiquita… todo esto es por mi culpa- se lamentó Alejandro mientras acariciaba suavemente la mano de Lucía.- Tienes que despertar cariño… sino no me lo voy a perdonar en la vida…

- Tienes mucha razón Alejandro… - dijo Don Ángel entrando a la habitación.- es culpa tuya… pero no por lo que tú crees, imbécil… tu fallo, tu gran error, ha sido hacer de ella una persona débil.

Alejandro ignoró el comentario, se sentía deshecho.

- Pensé que no vendría...- Dijo con cierto desprecio.- lleva tres días en coma.

- Lo sé.- contestó el anciano mirando a la joven.- Pero se pondrá bien… y entonces tú y yo tendremos una larga conversación. Alejandro, las cosas van a cambiar… y se van a hacer a mi manera. 

En ese momento, Lucía comenzó a moverse bajo las sábanas, como si quisiera despertar de un mal sueño. 

- Lucía, cariño…- dijo Alejandro, acercándose a ella.

La joven fue abriendo los ojos poco a poco. Estaba mareada y la luz de la habitación la deslumbraba.

- ¿Dónde estoy?- preguntó Lucía, con un hilito de voz, mientras observaba, con gran impresión, las vías que se hundían en su piel.

- ¡Por fin despiertas mi vida!- exclamó su padre.- Llevas días en coma…

 Lucía hizo un esfuerzo por recordar lo ocurrido. A medida que las imágenes iban apareciendo en su mente, un sentimiento de vergüenza y culpa la azotaba. Que tonta había sido al pretender quitarse la vida, solo había conseguido llevar más sufrimiento a las personas que amaba. Apenas podía mirar a su padre a los ojos, se sentía responsable de su rostro ajado, de su voz temblorosa… del dolor tan grande que le había causado.

- Papá yo…- la joven no sabía qué decir.

- No digas nada…- la calló su padre.- Has despertado y te vas a poner bien. Eso es lo único que importa.

   Lucía cerró los ojos. De pronto, recordó la voz de Cora llamándola, su rostro al abrir los ojos… Dios le había mandado a un ángel y, ella sabía perfectamente que no se trataba de un sueño. Cora le había salvado la vida.

- Papá ¿dónde está Cora?- preguntó Lucía.- Sé que estaba allí.

- ¿Cora? ¿Cora Gurmendi?- Don Ángel se acercó desconcertado.- ¿ella estaba allí?

- Padrino, no lo había visto…- saludó Lucía.

- Lucía, estás muy débil… deberías descansar.- Dijo Alejandro, nervioso, tratando de acallar a la muchacha.

- Papá, tú la viste… era real.- contestó Lucía.- ¿Qué hacía Cora allí papá? ¿Por qué vino?

- Allí no había nadie, hija. Lo habrás soñado.- mintió Alejandro.

- Crees que estoy loca ¿no es cierto?- preguntó la joven.

- No, hija, para nada. Es normal con todo lo que estás pasando…- las palabras se trababan en los labios de Alejandro.- Esto no es fácil.

El señor Millet había conseguido salir temprano del trabajo, había sido un día tranquilo en la embajada, y aprovecharía para almorzar con su familia. Esperaba que la paz de aquel día no se viera truncada al llegar a la casa. Los últimos días habían sido un infierno, Alexia estaba más celosa que nunca, desconfiaba de él en cada paso que daba, y no paraba de tener enfrentamientos con su hija. Por su parte, Miranda tampoco se esforzaba demasiado por llevar la fiesta en paz, y aprovechaba cualquier oportunidad para sacarla de quicio.

- Buenas tardes Martina.- saludó Mauricio a la empleada que había abierto la puerta.- ¿Dónde están mis chicas?

- Su hija está en su cuarto señor, y la señora está en la piscina.- contestó la sirvienta.- ¿Sirvo ya la mesa?

- No, mejor espera un poco Martina- dijo él.- voy a ver a mi esposa.

La piscina de los Millet se encontraba justo en el centro de la casa, en una especie de patio interior, en el que había una gran variedad de plantas y flores de todos los colores. Era un sitio realmente bello y a Mauricio le encantaba pasar horas allí leyendo en su hamaca.

Al acercarse a la piscina encontró a su bella mujer sumergida, nadando por debajo del agua como una sirena. Como si hubiera escuchado su canto embriagador, Mauricio sintió la necesidad de acompañarla. Quitándose tan solo los zapatos y la chaqueta, entró al agua y la estrechó entre sus brazos.

- ¡Mauricio!- sonrió ella.- Llegaste temprano hoy.

- Te extrañaba…- dijo él besando su cuello.

- Mentiroso…- contestó ella.- nunca me extrañas en el trabajo, te encanta… soy yo la que se la vive extrañándote, aquí sola y aburrida.

- Porque tú quieres…- dijo su esposo acariciando su rostro con dulzura.- Llevas semanas sin aparecer por la televisora, por un simple enojo con tu padre.

- ¡Es que el viejo me desespera! ¡Es un incompetente!- exclamó Alexia esquivando las caricias de su esposo.- Quiero que se dé cuenta de que sin mí… se hunde.

- ¿Quieres que te de un consejo?- preguntó Mauricio sin esperar respuesta- deja ya esas absurdas riñas con Gerardo y ocúpate de levantar la empresa. Contrata nuevos actores, busca historias originales… ten iniciativa. Eso es lo que le falta a Teleocéanos,  iniciativa.

- ¿Eres un entrometido sabes? Te he dicho mil veces que no te metas en mi trabajo…-dijo Alexia saliendo de la piscina- tú ocúpate de tu santa política y déjame la televisora a mí… es mi problema y, por tanto, mis decisiones.

- Estamos juntos, y los negocios nos afectan a ambos.- le recordó su esposo.- el otro día vi el promo de la nueva novela de Pangea TV, esa en la que sale tu amiga…

- Te he dicho mil veces que no pongas ese canal en mi casa.- Dijo Alexia muy enojada.

- Es un proyecto muy arriesgado, una superproducción- continúo Mauricio ignorando a su mujer.- ¿ves? ellos se atreven con cosas nuevas y no recortan en presupuesto, ¿sabes por qué? porque tienen fe en lo que hacen. ¡Esa es la actitud!

- ¡Yo tengo fe en lo que hago! ¡Es completamente imposible sacar adelante un proyecto en el que no confías! -exclamó Alexia frunciendo el ceño, se sentía agredida por las palabras de su esposo.- Me revienta que hables sin saber… No invertimos, porque estamos al borde de la quiebra… porque esa maldita empresa que tanto te maravilla nos asfixia, nos pone el pie por encima. Salazar quiere el monopolio, está presionando a mi padre.

- ¿Quiere fusionar?- preguntó Mauricio saliendo del agua.- No me habías dicho nada.

- ¿Fusionar?- dijo Alexia con sarcasmo.- Mauricio ¡no seas absurdo! quiere absorbernos para luego comprarnos todas y cada una de nuestras acciones. Pretende controlar el mercado…

- ¿Y Cora?- interrumpió Mauricio.

- ¿Qué con ella? Últimamente no te la sacas de la cabeza…- Alexia no podía controlar sus celos. No era la primera vez que su esposo preguntaba por la actriz.- ¡si quieres te concierto una cita con ella! nada más dime día y hotel. Ella estaría encantada, está acostumbrada a ese tipo de “encuentros furtivos”.

- ¡Alexia! ¿Te estás oyendo?- exclamó el señor Millet.- Es tu amiga, pero pareciera que la odiaras.

- Es una mujer.- sentenció Alexia, como si aquellas palabras bastaran para explicarlo todo.

 Eran las dos de la tarde y la televisora estaba prácticamente desierta; directores, técnicos y actores habían dejado ya los foros para ir a almorzar. Sin embargo, en el set de la IV Dinastía, aún estaban terminando de rodar la última escena de la mañana. Faltaba muy poco para el estreno y no podían perder el tiempo.

La profundidad de los diálogos había cautivado a todo el equipo, haciéndole perder la noción del tiempo y transportándolo al dorado Egipto. Cora era simplemente Meresanj, David simplemente Imhotep.

A Imhotep, arquitecto de la pirámide de Kefrén y amante secreto de la reina, le había  sido desvelado el maquiavélico plan del faraón. El monarca quería ser enterrado junto a su esposa en la pirámide. No soportaba la idea de que alguien más pudiera admirar su belleza una vez él hubiera dejado este mundo, por lo que había decidido llevársela con él. No quedaba mucho tiempo, la pirámide estaba casi lista y el faraón enfermo. Ella no sabía nada. Soñaba con el momento en que Kefrén cerrara sus ojos para siempre concediéndole su tan ansiada libertad.

Imhotep entró en la habitación de la reina. Debía decirle la verdad, advertirla de su destino, pero cómo hacerlo. Al sentirlo llegar, Meresanj sonrió y corrió hacia sus brazos. El arquitecto la abrazó con ternura, no quería destruir su esperanza.

- Sabes que nunca permitiré que te hagan daño ¿verdad?- dijo Imhotep acariciando su pelo.

La voz le temblaba y sus manos estaban frías. Meresanj sintió su temor y de pronto un escalofrío recorrió su cuerpo.

- ¿Qué está pasando? Algo te preocupa… - adivinó la reina.- ¿es el faraón?

- ¿Confías en mí?- preguntó Imhotep sosteniendo su rostro entre sus manos.

- Más que en mí misma.- respondió Meresanj.

La claqueta marcó el final de la toma. Era hora de volver a la realidad, pero Cora y David permanecían de pie, en medio del set, mirándose fijamente a los ojos. Qué difícil era pasar del amor al odio en un instante. Sin embargo, el orgullo no dejaba otra salida.  

Cora desvió la mirada y fingió toser. Inmediatamente, el actor apartó la mano de su cintura. Pero cuando ella se dio la vuelta para irse, David no pudo contenerse y la agarró por el brazo. Era la misma mujer soberbia, cínica y desquiciante, a la que tanto aborrecía. Sin embargo, había algo en ella que lo trastornaba, que anulaba su razón, haciéndolo actuar de forma impulsiva e incoherente.

- ¿Qué quieres?- dijo Cora volviéndose hacia él. 

- ¿Por qué me evitas?- preguntó David molesto por la indiferencia de su compañera.- ¿es por el beso del otro día?

- ¿Cuál beso? ¿El de ayer? ¿El de antes de ayer? ¿El de la semana pasada?- dijo Cora con sarcasmo.- Todos me resultaron igual de desagradables, pero qué le voy a hacer, soy actriz.

- Sabes perfectamente a cuál me refiero- contestó David sujetando su muñeca con fuerza.- No me vas a negar que sentiste algo… ambos lo sentimos…

- Sí, sentí… ¡ASCO!- se burló Cora.

- Cora, a veces puedes llegar a ser tan irritante…- dijo David con resignación.

- Y tú tan patético…- contestó ella con desdén.

- ¡No me faltes el respeto!- exclamó David levantando la voz.- Estoy tratando de que llevemos la fiesta en paz ¿acaso no lo entiendes?

- ¡Ay qué lindo! - dijo la actriz entre risas.- ¿Ahora el niño mimado quiere ser amigo de la “churnia trepadora”?

- Cora, reconozco que empezamos con mal pie… pero aún estamos a tiempo de…- trató de decir David.

- Mira cielo, ahórrate tus palabras… no me interesan- le interrumpió Cora.-Yo estoy aquí para hacer mi trabajo ¡y punto! 

Una vez dicho esto, Cora hizo un amago de irse pero a medio camino se dio la vuelta y, con mucho desparpajo, le lanzó un beso volado.

El actor estaba perplejo, nunca una mujer lo había tratado de esa forma. Estaba acostumbrado a los halagos y coqueteos, a que las féminas cayeran rendidas a sus pies. Habituado a tener todo tan fácil, el actor amaba los retos y la complejidad.

David se limitó a observar a Cora mientras se alejaba del set, aquella impasible mujer se estaba convirtiendo en un excitante desafío para el actor. Un desafío al que no iba a renunciar.


Ya en el pasillo, a salvo de la mirada del actor, Cora sonrió y se mordió los labios.

- ¿Qué demonios me está pasando con este imbécil?- se dijo colocando la mano sobre su pecho y sintiendo el acelerado latir de su corazón.- ah no, Cora Gurmendi, no vas a caer en su juego…

De pronto, una voz a su espalda la sacó de sus pensamientos, con una violenta sacudida.

- Cora- dijo Don Ángel en tono autoritario.- Tengo que hablar contigo urgentemente.

Cora se estremeció. Su miedo solo era equiparable a su odio; un odio que llevaba más de veinte años alimentando. Día tras día, detrás de cada sonrisa, de cada gesto obediente, de esa sumisión que tanto le repugnaba…

- Acompáñame - le ordenó.

La actriz siguió a su jefe hasta una pequeña sala de juntas que había al lado de la recepción.

La sala estaba vacía. Una vez dentro, Don Ángel se sentó en una silla.

- Cierra la puerta y siéntate.- Volvió a ordenar.

Cora obedeció.

Don Ángel sacó una foto de su bolsillo y se la entregó.

- ¡Lucía!- exclamó Cora sorprendida al reconocer a la joven.

- Así que era cierto…- dijo Don Ángel con disgusto.- ¿Se puede saber qué hacías tú en la casa de mi ahijada? ¿De qué la conoces?

- ¿Su ahijada? ¿Esa niña es su ahijada?- preguntó Cora desconcertada.- ¡Pero si es hija de Alejandro Pomari! Pensé que justo por eso no quiso que pasara el casting…

- ¿Desde cuándo te tengo que andar dando explicaciones de lo que hago?- Gritó Don Ángel golpeando la mesa de forma violenta.- ¡Te hice una pregunta!

La actriz estaba atónita, nunca antes lo había visto tan fuera de control. Don Ángel se levantó y recorrió la sala tratando de calmarse.

- Perdóname Cora, he tenido un día muy pesado- se disculpó.

Cora asintió con la cabeza. No sabía que le había impactado más, si el arrebato de ira de su jefe o su repentina amabilidad.

- La mamá de Lucía, Elena, que en paz descanse, era amiga de la familia…- le aclaró Don Ángel.- Su padre fue mi socio durante muchos años… por eso, cuando nació Lucía me ofrecieron ser su padrino.

- Entiendo…- dijo la actriz. La versión de Don Ángel no había sonado nada convincente.

- Bueno, a lo que importa… la niña no está bien –continuó el anciano.- siempre ha tenido problemas de autoestima, crisis nerviosas… con la pérdida de su mamá su estado ha empeorado.

- Imagino…- Cora no estaba prestando demasiada atención. Se preguntaba que escondería su jefe; llevaba semanas muy raro. Recordó su apresurada salida del hotel; algo le había hecho palidecer.

- De cualquier modo… quería agradecerte por lo que hiciste por ella- dijo finalmente Don Ángel.- Está atravesando un mal momento…

- Yo puedo ayudarla…- sugirió Cora. Se le había ocurrido una idea.

- ¿Tú? - Don Ángel tosió, sobresaltado por la inesperada propuesta.- ¿qué pretendes?

- Podría hablar con ella. Estoy segura de que eso la animaría.- contestó la actriz.

- No me parece buena idea….- dijo el anciano retomando su actitud defensiva.- Lucía necesita ayuda profesional… tú eres actriz, no psicóloga.

- Pero yo…- Trató de insistir ella.

- Pero tú… ¡nada!- La interrumpió Don Ángel con brusquedad.- Olvídate de esa absurda idea, Cora. No quiero tener que repetírtelo…

Cuando Don Ángel salió de la sala, una sonrisa se dibujó en el impávido rostro de la actriz. Ahora más que nunca estaba convencida de que su jefe guardaba un secreto, un oscuro secreto. Solo tenía que descubrir de qué se trataba para precipitar su caída. Su intuición nunca fallaba, Lucía era la punta de la madeja.


Una semana más tarde

No había pasado ni diez días en aquel hospital pero a Lucía le habían parecido siglos. En un lugar invadido de rostros pálidos y ojerosos, de lágrimas y de dolor; la esperanza parecía haber quedado neutralizada por el olor del alcohol y los desinfectantes.

- Hoy me dan el alta.- dijo Lucía a su padre cuando entró a la habitación.

- Ya lo sé cariño.- Sonrió él.- he venido a buscarte.

Lucía se enderezo hasta sentarse en la cama.

- Podríamos ir a dar un paseo al parque como cuando era niña.- sugirió.- No me apetece ir a casa.

- El médico te ha mandado un par de semanas de reposo.- le recordó Alejandro.

- Solo un ratito pequeñito.- suplicó Lucía agarrando la mano de su padre.- porfis, di que sí.

- Está bien, solo un ratito.- cedió Alejandro.- ¿por qué quieres ir al parque?

Lucía se quedó callada unos segundos.

- Supongo que… lo necesito.- la joven se sentía inmersa en una espiral de oscuridad. Si quería salir de ella necesitaba encontrar la luz. Cora la había salvado… aunque ya  dudaba que lo hubiese hecho físicamente, al menos en su mente, su imagen había aparecido tendiéndole una mano hacia la vida. No quería desaprovecharlo.


A una semana del estreno, Cora  ya se había olvidado de lo que era el tiempo libre. Vivía inmersa en llamados, entrevistas y viajes promocionales; por no hablar de la presión de tener a Doña Irene en casa. Sus horas de sueño habían menguado considerablemente, pero no era algo que le preocupara demasiado; al fin y al cabo, la resistencia había sido uno de los pilares de su educación.

Era la una del mediodía y aunque no rodaría más ese día, a las tres tenía que tomar un avión para Miami. Le habían concertado tres entrevistas esa tarde y por la noche tenía pensado asistir a la apertura de una galería de arte. Dormiría en el mismo hotel de siempre y a las cinco de la mañana tomaría otro avión para regresar a México y estar puntual a las nueve en el set. Afortunadamente había descansado la noche anterior.

Al llegar al camerino se dejó caer sobre el sillón y suspiró. No le apetecía desvestirse y mucho menos desmaquillarse. Pensó si le importaría demasiado a la tripulación del avión, recibir a una reina egipcia a bordo. Sin levantarse, extendió la mano hacia la mesilla y cogió su móvil. Tenía 600 menciones nuevas en twitter. Leyó las tres últimas y dio retweet a una. Bostezó. Siempre era lo mismo.

- Lucía.- Pensó. Llevaba días dándole vueltas a la cabeza, tenía que encontrar la forma de acercarse a ella, sin que Don Ángel lo supiera. Recordó que era amiga de la prima de Ricardo, así que buscó su cuenta en twitter y le dio follow. Tal vez ella podría ayudarla.

- Quién me viera stalkeando a mis fans.- se dijo, y por inercia comenzó a leer los tweets de la joven, quizás buscando encontrar algo de la misteriosa ahijada de Don Ángel. La mayoría de los tweets eran sobre la novela, las entrevistas, las fotos promocionales… sobre ella al fin. Pero había algo distinto en esos comentarios, que no tenía la mayor parte de las menciones que recibía… eran irónicos, incluso mordaces. Estaba claro que esa chica y sus amigas no esperaban que ella fuera a leerlos. Cómo se las gastaban… le hizo gracia. Al menos hasta que comenzó a leer sobre David y a ver los montajes que habían preparado. Algunos tweets parecían escritos en clave, y eran bastante complicados de descifrar.

- ¿Qué rayos significa “OCU”? ¿Y “k”? ¿Y “vs”?- exclamó alzando una ceja.

Había cientos de fotos de ella con David. La mitad eran montajes y de las reales, solo recordaba haberse tomado unas pocas. – ¡Qué barbaridad!- pensó. La verdad es que, siendo objetiva, tenían buena sintonía, al menos en las fotos.

Siguió leyendo.

<<Estos dos son dinamita pura>>.

- Desde luego, ganas de volarlo por los aires no me faltan.-pensó.

<< Qué envidia me da Cora, que nos deje un poco>>.

- Enterito se los dejo. Espero que sepan cambiar pañales.

<< ¿Qué se apuestan a qué terminan juntos?>>

- JA. Cuando los sapos críen pelo.

Le había llegado un mensaje directo de la prima de Ricky.

- Vaya, qué rapidez.- pensó.

<< ¡Coraaaa! muchas gracias por seguirme. ¡Qué sorpresa!>>

<< Bella, salgo para Miami en dos horas. ¿Crees que te podrías acercar ahora al aeropuerto y almorzamos juntas? Me gustaría hablar contigo de algo>>. Escribió. Podía intuir que la chica estaría al borde del colapso.

<< Sí >>

Cora sonrió y le indicó donde se verían.

30 minutos después. En el aeropuerto.

La actriz había decidido no desmaquillarse, a regañadientes se había cambiado de ropa para ponerse un pantalón de pitillo negro y una americana roja. Se recogió su largo cabello castaño en una cola alta y se puso gafas de sol, para disimular el khol de sus ojos.

Llegó a la zona del control del aeropuerto, no tenía que facturar, pues llevaba maleta de mano. Enfrente del control estaba la cafetería donde habían quedado. Se acercó. La chica acababa de llegar.

- Gracias por venir.- dijo Cora dándole un abrazo.- Perdona por avisarte así de pronto, es que no doy abasto.

Cora sabía que no tenía que pedir perdón, la chica estaba feliz de estar ahí.

- Iba a decirle a Ricky… pero no me dio tiempo.- comentó ella.

- Mejor. Por favor, te voy a pedir que no le digas a nadie que hemos hablado.- dijo la actriz en tono misterioso.

La muchacha asintió perpleja. Cora Gurmendi pidiéndole que le guardara un secreto. No podía creérselo. ¿Estaría soñando?

- A ver… te cuento. Tú eres amiga de una chica que se llama Lucía ¿cierto?- preguntó Cora.- me enteré que está pasándolo un poco mal y me gustaría hablar con ella.

- Sí. Justo hoy le daban el alta en el hospital. Ha estado enferma. Apendicitis creo.- dijo la joven.- no se ha conectado a internet últimamente, pero tengo su número de teléfono.

- ¿Me lo darías?- preguntó la actriz.

- Claro.- Dijo la chica sumamente intrigada.

Una vez que anotó el número de teléfono, pidieron algo de comer. Durante la conversación Cora aprovechó para obtener información sobre la ahijada de Don Ángel, pero también sobre las impresiones de las fans acerca de su nuevo proyecto. A penas había rodado con ellas un par de escenas en las últimas semanas y no habían tenido casi oportunidad de hablar. La chica parecía entusiasmada.

Nada más acabar de comer Cora se despidió apresuradamente, tenía que embarcar ya, pues su avión salía en treinta minutos. Completamente despistada, pasó el control de seguridad con el móvil en el bolsillo y las gafas puestas; haciendo sonar la alarma.  Un segurita mal encarado le lanzó una mirada inquisidora, a lo que la actriz respondió con una sonrisa. Inmediatamente, se sacó el móvil del bolsillo, quitándose las gafas y picándole un ojo. El hombre la reconoció al instante, y se esmeró en atenderla. “Señora esto”, “señora aquello”- A la actriz le repugnaba esa repentina amabilidad. Despreciaba a la gente que la reverenciaba y adulaba solo por su fama. Hipócritas.


Lucía llegó al parque de Chapultepec aferrada al brazo de su padre. Al pasar por debajo de los grandes robles, le invadieron los recuerdos de su infancia. Una pequeña Lucía. Una niña feliz que al salir del cole iba al parque con su papá, y juntos compraban semillas para los pajarillos en el estanco, cuando no los alimentaba con migajitas de pan de su sándwich. Sentados en el banco, bajo los grandes robles, esperaban a que su mamá saliera del trabajo y viniera a buscarlos para ir a tomar un helado. Luego volverían a casa.

Lucía soltó el brazo de su padre y se acercó al estanco. Ya no estaba el viejo señor Juan, el buen anciano se había retirado del puesto hacía años, dejándoselo a su hija; pero a veces se le podía ver pasarse por el parque a hacerles una visita a sus amigos los pájaros. La joven compró medio kilo de millo y se sentó en el banco. Cuando abrió la bolsa y dejo caer un par de granos en el suelo, dos hermosas palomas blancas llegaron volando desde las ramas de los árboles. Lucía cerró los ojos por un instante y fingió viajar en el tiempo hasta aquel momento de su infancia; en el que esperaba a su madre en el parque. Estaba convencida de que la vería aparecer en cualquier momento.

Su padre, que se percató de su ensoñación, puso una mano sobre su hombro y la acarició con ternura.

- Lucía, deberíamos irnos a casa.- dijo, minutos más tarde.

- ¡Pero si acabamos de llegar!- exclamó ella.- ¿podría estar a solas un momento papá?

- Está bien, voy a acercarme al super… pero no te muevas de aquí.- contestó su padre.- Vuelvo enseguida.

Lucía asintió.

Con el paso de los minutos la tristeza comenzó a aflorar en su corazón y de sus ojos brotaron lágrimas de nostalgia. Tal vez no había sido buena idea quedarse sola. Decidió levantarse e ir a buscar a su padre. Recorrió unos cincuenta metros hasta llegar a la acera y cruzó el paso de peatones. 

Al llegar a la otra acera, donde estaba el super mercado, volvió la vista atrás. Se fijó en un pequeño de unos cuatro años que jugaba con un balón rojo. En un instante, el niño se resbaló y cayó al suelo. Tan pronto como empezó a llorar su madre apareció de detrás de los árboles con una piruleta de colores en la mano y arrodillándose en el suelo lo abrazó y revisó sus heridas. Cuando se levantó Lucía pudo ver su rostro.

La muchacha empalideció de repente. No era posible. Se agarró a la pared para no caerse redonda y se frotó los ojos. Los coches pasaban a mucha velocidad, separándola del parque; pero Lucía pudo volver a ver con claridad el rostro de aquella mujer.  Se acercó corriendo al paso de peatones y trató de cruzarlo, pero los coches tocaron sus bocinas. La mujer volvió la vista y la vio ahí parada, en shock, al otro lado de la calle. Inmediatamente, tomó al niño en brazos y salió a toda prisa.

- ¡Mamá!- Lucía trató de gritar, pero de su garganta solo salió un hilito de voz tembloroso. Un grito ahogado, como los de esas pesadillas en las que no puedes gritar, en las que la voz no te responde.

La mujer se acercó a un coche y abrió la puerta.

- ¡Mamá! ¡Espera!- volvió a gritar. Esta vez el grito rasgó su garganta, pero mereció la pena. La mujer escuchó y desde lo lejos le dirigió una última mirada antes de subir al automóvil. Había empalidecido y sus ojos reflejaban miedo y preocupación, pero también un gran pesar.

Lucía cruzó la calle corriendo, pero era tarde, el coche había desaparecido ya.  La joven calló al suelo de rodillas. Ella no estaba loca. Había visto a su madre, estaba segura. Su madre estaba viva ¿pero cómo era posible?


Una semana después.

La noche del estreno, Cora y David llegaron juntos al Hotel Emperador, donde se reuniría todo el elenco para celebrar la salida al aire del primer episodio de la IV Dinastía, en compañía de amigos y otras personalidades del mundo del espectáculo.

La actriz llevaba un vestido largo de color granate y el cabello semirecogido. Dos sobrios brillantes vestían sus orejas y una impresionante gargantilla de diamantes rodeaba su cuello. El actor llevaba pantalón y chaqueta negros, camisa blanca y corbata de seda granate a juego con el vestido de ella. Se había echado algo de gomina en el pelo, levantándose las puntas con los dedos, hasta alcanzar un look tan juvenil como sexy.

Mientras caminaban por la original alfombra decorada con motivos egipcios, el apuesto joven agarró la mano de la actriz y sonrió ante las cámaras. Ella le lanzó una mirada amenazante, pero no hizo ningún intento por soltarse. Los rumores sobre las tensiones en el set ocupaban ya las portadas de la mayoría de revistas sensacionalistas y la prensa estaba atenta al más mínimo detalle. David era consciente del esfuerzo de su compañera por mantener las apariencias. Aunque él no tenía demasiado miedo al escándalo, si algo se le daba realmente bien era tomar provecho de las circunstancias.

Dejando atrás los gritos de los fans y los flashes de las cámaras, los actores cruzaron la puerta del vestíbulo. Una vez dentro, Cora apretó con fuerza la mano del actor, clavándole las uñas. David lanzó un alarido y la soltó de forma violenta.

-          ¿Te has vuelto loca o qué te pasa?- exclamó llevándose la mano a la boca. Le había hecho sangrar.

-          Lo siento. La emoción.- dijo ella sonriendo con sorna.

-          ¿La emoción?- repitió David agarrándola con fuerza por el brazo y tirando de ella.- Te vas a enterar querida...

-          ¡Qué miedo! ¿Qué planeas hacerme?- dijo la actriz provocándole.

-          De todo...- contestó el joven. Tenía la respiración acelerada. En un impulso la empujó contra la pared, apresándola con sus brazos, y acercándose peligrosamente a sus labios.

       Cora miró a su alrededor nerviosa. Se percató de que las recepcionistas del hotel los observaban estupefactas.

-          Haz el favor...- dijo Cora entre dientes.- Nos están mirando...

-          ¡Pues que miren!- contestó él alzando la voz.- ¿Quieren un autógrafo o algo señoritas?

     En ese momento llegó Ricardo y Cora aprovechó para escabullirse por debajo de los brazos del actor.

-          ¡Ricky!- exclamó casi corriendo hacia él y abrazándolo como si fuera una tabla salvavidas.- ¿Qué tal todo?

David dio un puñetazo a la pared.

-          Ufff... ¿Se puede saber que mosca le ha picado a este?- susurró Ricardo.

La actriz se encogió de hombros.

-          ¿Una mosca? Más bien una araña venenosa....- dijo David colocándose bien la camisa y alejándose de ellos.

-          Joder... ¿por qué narices siempre me pierdo lo mejor?- se quejó Ricardo.


Mientras, en la casa de los Pomari.

Lucía y su padre acababan de llegar. Nada más entrar por la puerta la joven corrió hacia las escaleras, sin decir una sola palabra.

-          ¡Lucía!- exclamó Alejandro.- Ven aquí… debemos hablar.

-          Creo que todo ha quedado muy claro esta tarde…- Contestó ella.- Tú lo dijiste: depresiones, alucionaciones… “trastorno”.

-          Escúchame hija…- Trato de justificarse su padre.

-          ¡Es ridículo!- gritó Lucía.- Podéis hacerme pasar por loca cuanto queráis… pero se que algo raro pasa aquí… Mamá, el padrino… tú. ¿Qué ocultáis? ¿De qué huís? Decídmelo. Podré entenderlo. Si estáis en peligro…

-          No sé de qué hablas.- mintió Alejandro.

-          Lo sabes perfectamente…- contestó ella en tono amenazante.- ¿fingir su muerte? ¿por qué? ¿había necesidad de ocultármelo a mi también? ¿de hacerme cargar con semejante dolor? No se en qué problemas anda metida esta familia… pero se supone que deberíamos enfrentarlos juntos.

-          El psicólogo dice que te llevará tiempo aceptar lo que pasó…- continúo él.- la mente busca vías de escape a cualquier precio. El mundo no conspira en tu contra. Las tragedias ocurren.

-          ¿De verdad no se te remuerde la consciencia? - preguntó Lucía mirándolo con desprecio.- ¿Quién eres?

<<¿Quién soy?>> se dijo Alejandro dándose la vuelta. Cogió su cartera y salió de la casa en silencio.

La chica se quedó paralizada. Ahora era obvio. Sacó el teléfono de su bolso.

<< Tiene 2 llamadas nuevas de un número oculto>>. Leyó y acto seguido pulsó el botón.

<<Tiene un mensaje de voz. Puede escucharlo llamando gratis al 018>>. Marcó.

<< Lucía, cariño, soy Cora. Sé que te extrañará mi llamada pero me quedé muy preocupada por ti. Me gustaría hablar contigo. De hecho me gustaría verte. Contactaré contigo en unos días. No se lo digas a nadie>>. Escuchó atentamente.

-          No sé porqué pero no me extraña tanto.- se dijo guardándose el móvil de nuevo. Aunque ya nada le sorprendía se sentía afortunada de contar con el apoyo real de Cora en su vida. No era un sueño.


En el Hotel Emperador.

     La función había comenzado, ahora todos eran espectadores de un drama que cobraba vida frente a sus ojos.

     En un Egipto gobernado por los dioses, un palacio de granito y lapizlazuli se alza en medio de un valle. El faraón Kefrén se asoma desde uno de los balcones y contempla como el río Nilo baña los campos con sus aguas sagradas fructificando la tierra y regalándole prosperidad. Su esposa lo observa desde el interior de palacio.

     Se atreve a avanzar hacia el balcón, pero se detiene antes de cruzar las cortinas.

-          Escuché que van a llevar a los niños a ver el mercado.

-          Así es. Yo lo ordené.

-          Hace tantos años que no lo visito. Extraño sus colores, sus olores...

Da un paso hacia el exterior.

-          Ya hemos hablado de eso... El lugar de una reina esta en palacio, junto a su señor; no en la calle, cual prostituta.

-          Acepto mi sino como reina y esposa...  pero exijo ver a mis hijos.

Otro paso.

-          Meresanj regrésate adentro... estás colmando la poca paciencia que me queda.

-          ¿Cuando podré ver a mis hijos? Llevo semanas sin abrazarlos, sin arrullarlos entre mis brazos, sin preguntarles si tienen hambre o frío.

-          No son vuestros... son de Egipto. No tienen ni hambre, ni sed... ni frío, ni calor... Son   dioses.

-          Son solo niños que necesitan a su madre cerca. ¿Acaso no os dais cuenta?

-          ¡Yo os necesito cerca!

    El faraón empuja a su esposa hacia el interior de la habitación y cierra las cortinas con brusquedad.

-          Imaginad que hay una línea que no podéis cruzar... la próxima vez que la crucéis mandaré a tapiar este balcón.

-          ¿Por qué me hacéis esto?

-          Porque sois incapaz de amarme como yo os amo.


En casa de los Millet.

Alexia estaba de un humor de perros esa noche. Caminaba de un lugar a otro de la casa sin hallar donde sentarse. Miranda salió de su habitación y se la cruzó de camino a la cocina. Trató de evadirla.

-          ¿Y bien?- preguntó Alexia poniéndose en medio.

-          ¿Y bien qué?- contestó ella encogiéndose de hombros.

-          Aunque te encierres en tu habitación se escucha la tele querida…- le dijo indignada.- sé que lo estás viendo.

-          ¡Ahhh! Eso…- exclamó Miranda sonriendo.- ¿acaso lo dudabas?

Mauricio que las escuchaba desde el salón decidió intervenir.

-          Miranda hija, acércate un momento.- dijo el señor Millet.

-          Sí papá.- Contestó ella entrando al salón y sentándose en uno de los grandes sillones de piel de ante verde.

-          He hablado con mi amigo el doctor Echebarría. Está dividido entre sus investigaciones y su labor docente,  así que ha dejado la consulta que tenía en el Paseo de la Reforma a cargo de su hijo Manuel.- le informó su padre.- Me comentó que no le vendría nada mal algo de ayuda.

-          ¿En serio?- Contestó Miranda emocionada.- ¿Cuándo empiezo?

-          Mañana mismo si tú quieres…- dijo él sonriendo.

-          ¡Por supuesto que quiero!- exclamó la joven abrazándolo.


Kefrén salió de sus aposentos dando un portazo. Ordenó a los guardias que custodiaban la entrada que no permitieran entrar ni salir a nadie sin su consentimiento.

Meresanj se tiró sobre la cama y comenzó a destrozar con sus uñas y sus dientes las sábanas y las cortinas de seda que colgaban del dosel,, mientras maldecía el nombre del faraón. Llorando de desesperación rodó sobre su superficie dejándose caer al suelo y llevándose los jirones de las sábanas consigo.

En medio de su angustia, unas dulces risas resonaron en su corazón sirviendo de bálsamo a su dolor; eran sus pequeños que jugaban en el patio con las esclavas Siti y Sahirah. Inmediatamente corrió hacia el balcón ignorando la prohibición de su esposo.

-          ¡Duanre! ¡Niuserra! ¡Schepsetkau! ¡Hijos míos!- Exclamó.

-          ¡Madre!- gritaron los tres al unísono.

Duanre, el mayor de los tres, un niño  fuerte de unos once años, de tez morena y ojos verdes corrió hacia una palmera que se alzaba justo enfrente del balcón y comenzó a escalar por ella.

-          ¡Hijo! ¡Baja! ¡Te caerás!- le advirtió la reina preocupada, pero el niño hizo caso omiso.

Una vez arriba extendió la mano para tocar la de su madre. Su hermano pequeño, Niuserra, de apenas cinco años, trató de escalar también pero nada más subirse a la palmera resbaló y cayó al suelo. La pequeña Schepsetkau, de dos, comenzó a llorar pidiéndole a Siti que la alzara en brazos para poder ver a la reina.

Meresanj estrechó la mano de su hijo mayor y miró a los otros dos con cariño, sonriéndoles con dulzura.

-          Madre... ¿por qué no podemos veros?- preguntó Duanre.- Os he echado tanto de menos... Mis hermanos lloran cada noche por vos.

-          Cuida de ellos mi vida... y cuídate tú.- Dijo Meresanj con ternura.- Algún día todo volverá a ser como antes... y entonces iremos juntos al mercado a comprar sedas, piedras y pinturas...

-          ¡Mi señora!- exclamó la sierva Sahirah.- el faraón se acerca, he escuchado a su guardia.

-          Corre, baja... ya oíste a Sahirah- dijo Meresanj soltando la mano del muchacho con tristeza y ocultándose tras las cortinas.

El ágil principito se deslizó rápidamente hasta el suelo y se alejó de la palmera antes de que su padre se percatara de nada.

El faraón se acercó a ellos y les ofreció tres monedas de oro a cada uno.

-          Para el mercado, compraos lo que queráis.- dijo.

-          No deseo nada más que poder ver a madre.- contestó Duanre rechazando su parte.
Su padre tomó su mano y puso en ella las monedas.

-          Con esto podéis compraros otra esclava que os arrope y os cante antes de ir a acostar.- dijo el faraón con dureza.- Vuestra madre es la reina de Egipto, no una  nodriza.


El primer capítulo de la IV Dinastía finalizó con un fuerte aplauso. Cada miembro del equipo se sentía orgulloso de su trabajo. Don Ángel y sus socios bromeaban y reían a carcajadas. Estaban muy contentos con el resultado. Todo había ido a pedir de boca.

Salieron del salón de eventos y se dirigieron a los jardines del hotel donde se había preparado un cóctel para los invitados. La gran piscina se hallaba iluminada. Además, cientos de farolillos alumbraban la noche dispuestos sobre las mesas y colgando de los árboles. Sonaba música épica de fondo.

Cora se sentó en una de las mesas junto a Don Joaquín Mendoza, dueño de TV latina, y su hijo Álvaro. Inmediatamente Don Ángel se dirigió hacia ellos ofreciéndole una copa a la actriz.

David, los observaba desde la mesa de enfrente, que compartía con Ricardo y Óscar Manzano. Ricky no paraba de bromear con Óscar, repitiendo satíricamente las líneas del faraón, que se había aprendido de memoria. David en cambio estaba más al pendiente de lo que sucedía en la otra mesa.

Don Ángel jugueteaba con el cabello de Cora mientras le susurraba al oído. Cora sonreía sin demasiado entusiasmo, apartándose de él  para acercarse más al joven ejecutivo de TV latina. Esa noche parecía más relajado y simpático. La actriz vio la oportunidad perfecta de estrechar lazos con TV latina. Le interesaba la amistad de Álvaro Mendoza, parecía un hombre inteligente y tenía muchas influencias. Sin embargo, Don Ángel no paraba de asediarla. Descaradamente agarró su mano y comenzó a acariciarla.

David que no había dejado de mirarlos se levantó y se dirigió al micrófono que había encima de una pequeña tarima junto a los equipos de sonido. Se detuvo un momento para hablar con uno de los organizadores. Luego subió a la tarima.

-          Hola, hola. Buenas noches.- dijo tomando el micrófono en sus manos.- En nombre del equipo de la IV Dinastía, quería agradecerles a todos su presencia aquí esta noche. Como solemos decir en Pangea TV: un sueño ha cobrado vida.

Los invitados aplaudieron.

-          Y ahora…- anunció David.- Voy a pedirle a mi compañera de reparto, Cora Gurmendi, que me acompañe aquí arriba.

Cora lo miró con cierta desconfianza. - ¿Qué estará tramando este ahora?- pensó. Don Ángel soltó su mano contrariado.

La actriz se levantó de la silla lentamente y se acercó con recelo. David le ofreció su mano para ayudarla a subir. Ella la aceptó.

-          Su majestad… estáis espléndida esta noche con ese vestido rojo.- dijo el actor.

-          Gracias arquitecto… usted no se ve nada mal con chaqueta.- contestó ella siguiéndole la broma.- quién iba a decir…

-          Con el permiso del faraón...- David miró a Óscar Manzano guiñándole un ojo. Seguidamente, dirigió una mirada mucho más seria a su padrino.

Comenzó a sonar Lady in Red de Chris De Burgh.

-          Voy a pedirle a la reina que me conceda esta pieza.- Dijo inclinándose ante la actriz.
Cora titubeo un segundo. No se lo esperaba.

>>I've never seen you looking so lovely as you did tonight,
I've never seen you shine so bright<<

Finalmente tomó su mano. Juntos bajaron de la tarima y se dirigieron a la plazoleta acondicionada para el baile.
>>I've never seen so many men ask you if you wanted to dance,
They're looking for a little romance, given half a chance <<

La actriz miró hacia su mesa. Don Ángel ya no estaba. De alguna forma se sintió liberada.

>>And I have never seen that dress you're wearing,
Or the highlights in your hair that catch your eyes,
I have been blind <<

David puso sus manos en la cintura de Cora. Ella posó las suyas sobre los hombros del actor. Se miraron a los ojos.

>>The lady in red is dancing with me, cheek to cheek,
There's nobody here, it's just you and me<<

Todos los miraban pero estaban acostumbrados. Ellos solo se veían el uno al otro.


Una vez el faraón hubo abandonado palacio, su esposa volvió a asomarse al balcón para intentar ver a los niños, pero ellos también se habían ido. Meresanj miró hacia el suelo, barajando la posibilidad de saltar. Habían unos ocho metros de altura. No era una buena idea, al menos si no planeaba una huída de naturaleza más definitiva.

-          Bello día ¿no es cierto majestad?- Pronunció una voz desconocida tras las columnas del patio.

Meresanj hizo amago de esconderse.

-          Esperad.- la detuvo la voz.- Permitidme que me presente mi señora.

Un hombre joven y apuesto, de constitución fuerte, ataviado con un schenti blanco apareció ante sus ojos. Llevaba una gorguera de turquesas y cornalina, y la cabeza cubierta por un nemes.

-          Mi nombre es Imhotep.- dijo haciendo una reverencia.- Soy el nuevo arquitecto de palacio y constructor de la pirámide del faraón.

-          El famoso Imhotep…- recordó la reina.- A mi esposo el faraón le honra la belleza obrada por vuestro ingenio.

-          No más que la honra que ha de sentir por la vuestra propia.- la halagó el joven.

-          Sois atrevido arquitecto.- observó la reina.

-          Cierto.- aceptó Imhotep.- es por ello que os espiaba. ¿Pensabais saltar?

-          ¿Cómo aducís tal cosa?- preguntó la reina incomodándose.- admiraba los relieves…

-          ¿A caso hay relieves en el suelo? - contestó él mirándola con incredulidad.- ¿por qué no mirásteis hacia las columnas? os habríais percatado de mi presencia.

-          No si andabais escondiéndoos cuál bandido- dijo ella.- ¿Qué hacéis en esta parte de palacio? La Casa de los Trabajos está pasadas las salas oficiales. Este patio no os conduce a ningún sitio.

-          Me ha conducido a vos mi señora.- dijo el arquitecto.

-          Pues entonces sospecho que podrá conduciros de regreso a vuestros oficios.- contestó la reina con sarcasmo.- Y ahora marchad... no os ha sido concedida audiencia alguna que yo recuerde.

-          Solicitaré una entonces.- asintió el joven con otra reverencia.

-          Si os complace...- pronunció la reina desapareciendo tras las cortinas. Sabía perfectamente que esa audiencia nunca le sería concedida. ¿Qué asuntos habría de tratar la esposa del faraón con un arquitecto?


Poco a poco la plazoleta fue llenándose de otras parejas. Parecía que el baile había quedado inagurado.

Cuando terminó la canción David se acercó al oído de Cora.

-          ¿Te apetece tomar algo?- le propuso sonriendo.

-          No estaría mal - asintió ella. Estaba confundida. Ya no sabía si era David o Imhotep quien tenía enfrente. Solo sabía que se sentía agusto.

David la agarró de la muñeca y la llevó fuera de la pista. Al llegar a la barra, pidieron dos Gintonic.

-          Cuando Don Ángel te acarició no pude contenerme…- dijo de pronto David.

¿De verdad acababa de decir eso? Cora estaba perpleja.

-          No pude evitar recordar aquella noche…- la voz del actor estaba llena de pesar.
El rostro de la actriz se ensombreció.

-          Cora yo…- de alguna forma se sentía culpable.

-          Olvídalo.- lo interrumpió Cora.

-          Sigues viéndote con él ¿no es cierto?- preguntó David.

-          A veces.- contestó ella con la voz quebrada. No entendía porqué estaba siendo tan sincera con él. 

-          ¿Por qué? Después de tantos años... - David podía percibir cuanto le afectaba aun.

-          Es complicado.- dijo ella mirando su copa. No quería seguir hablando de Don Ángel.

Todo era complicado en ella. David miró a Cora deseando estar dentro de su mente por un segundo. Era una incógnita constante. Quería descubrirla.

-    Me alegra estar aquí sentado… bebiendo contigo… ya sabes… sin tirarnos de los pelos- reconoció.-  ¿será que me estás concediendo una tregua?

-       No te confíes…- respondió ella dando el último sorbó a su bebida.- tal vez sea solo parte de una táctica de distracción…

El actor ordenó otras dos copas.

-    ¿Pretendes emborracharme Belmonte?- la actriz comenzaba a sentirse algo aturdida por el alcohol.

-          ¿Te dejarías?- preguntó él en tono seductor.

-          Depende...- Cora había decidido seguirle el juego por esa noche. Aceptó la copa.

-          ¿De qué?- La cosa se estaba poniendo buena.

-          No deseo acabar en tu cama.- susurró ella acercándose a su oído.

-          Podría ser en la tuya.- dijo él.

Ella negó ella con la cabeza.

-       Venga ya…- dijo David ofreciéndole beber de su copa.- Sabes tan bien como yo que algún día habrá que probarlo.

-        Sigue soñando querido.- dijo ella rechazándola.

Cora se bebió su Gintonic de un solo trago.

-       ¿Crees que nos extrañarían si desaparecemos un rato de la fiesta?- preguntó David haciendo lo mismo.

-          Probablemente...- contestó Cora.- Es lo que tiene ser los protagonistas.

-          ¿Y no te gusta que te extrañen?- la tentó el actor.

-          Me encanta...- dijo ella picándole un ojo.- ¿Qué planeas?

-     Ya vas a ver...- contestó él. Cuándo el camarero no miraba, extendió la mano y alcanzó la botella de ginebra. Acto seguido se la ocultó en la chaqueta.

-          Sígueme- dijo.

La actriz estaba intrigada.

Rodearon la barra y salieron por la parte de detrás, para que nadie los viera. Caminaron por el jardín dejando atrás el bullicio. Al cabo de unos minutos estaban en la otra punta del hotel. En esa zona del jardín se alzaba una fuente coronada por una estatua de apolo y psique, réplica de la famosa estatua del Louvre. No había bancos cerca así que decidieron sentarse en el suelo. Habían bebido demasiado para preocuparse por mancharse la ropa.

Una vez sentados, David le ofreció la botella a Cora. Ella dio un trago y luego se la devolvió para que también bebiera.

-    Está fuerte…- dijo el mordiéndose el labio.- No he probado nunca nada igual.
Cora sintió un cosquilleo en el estómago. - Maldito alcohol- se dijo.

David se quedó unos segundos mirándola a los ojos fijamente. Se acercó a ella, pero se detuvo a unos cinco centímetros de sus labios.

-    ¿Qué haces?- preguntó Cora.

-     Espero a que me beses.- contestó él.

No, no, no… ¿por qué hacía eso? Lo estaba dejando a su elección. Si lo besaba sería su culpa. Claro que... siempre podría culpar al alcohol. – ¡Al demonio!- pensó Cora abalanzándose sobre él. Besó y mordió sus labios con desesperación, empujándolo hasta quedar tumbados sobre el césped.

Rápidamente David se dio la vuelta dejándola a ella contra el suelo. Se paró de nuevo a contemplarla. Sus largos cabellos castaños se esparcían sobre la hierba. Poco quedaba ya de su peinado, pero le resultó incluso más hermosa así. Comenzó a besar su cuello.

Cora cerró los ojos. No se reconocía. Esta era de lejos la cosa más loca que había hecho en su vida. Comenzó a tirar de la chaqueta de David. Simplemente le estorbaba.

-    No decías que...- trató de decir David, pero Cora lo cayó con un beso.

El actor estaba perplejo. – Tendremos que emborracharnos más a menudo.- pensó.

-    Supongo que no importa…- dijo David introduciendo la mano por la apertura lateral de su vestido y acariciando su pierna.

De pronto, escucharon un sonido que les era muy familiar.

-          ¡Mierda!- exclamó el actor levantándose de un salto.

-          ¿No me digas qué?- preguntó la actriz enderezándose.

-          “Habemus exclusiva”- contestó el actor.

Cora volvió a tirarse al suelo. Se quería morir.

CONTINUARÁ…